Aves que no ven, árboles que no crecen
El tiempo se detuvo en la ciudad ucraniana de Prípiat cuando explotó el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil ese 26 de abril de 1986 a la 01:23 de la madrugada. La que alguna vez había sido hogar de unas cuarenta mil personas, se convertiría muy pronto en la famosa ciudad fantasma que sufrió los efectos del peor accidente de la historia de la energía nuclear. La tragedia fue tan grande que, hasta la fecha, persisten las cicatrices de una de las heridas más profundas que han dañado a nuestro planeta.
A pesar de que los asentamientos humanos de Prípiat y sus zonas aledañas fueron abandonados, a través de los años la naturaleza ha ido reclamando lo que alguna vez fue suyo. El resultado es un espectáculo irreal en el cual la vegetación se abre paso dentro de los apartamentos, las aves anidan en los techos del antiguo palacio de cultura y los zorros y jabalíes merodean los pasillos de los hospitales.
Aunque a simple vista parezca que la vida silvestre en la región de Chernóbil está prosperando, sólo hace falta mirar más cerca para darse cuenta de lo contrario. Esto fue lo que hicieron Timothy Mousseau, de la Universidad de Carolina del Sur, y Anders Møller, de la Universidad de París-Sur, quienes en los últimos meses han publicado una serie de artículos científicos evaluando el daño que ha causado la radiación nuclear en los ahora habitantes de estos lugares post-apocalípticos del norte de Ucrania.
Además de encontrar resultados ya esperados, como una menor presencia de insectos, arañas, aves y mamíferos en los sitios más contaminados, los investigadores analizaron efectos directos de la catástrofe en algunos organismos. En aves, por ejemplo, la incidencia de cataratas y deformaciones en los ojos está muy relacionada con la cantidad de radiación ionizante a la que han sido expuestas. Al depender en gran parte de su sentido de la vista, Mousseau y Møller sugieren que es muy probable que las aves de Chernóbil presenten niveles inusualmente altos de mortalidad. Por otro lado, el albinismo y la aparición de tumores son problemas cada vez más frecuentes con los que estos animales emplumados tienen que lidiar.
La vegetación también puede albergar evidencia de una tragedia como esta. Observar los efectos de la mutación y la muerte celular reflejados en los troncos deformes de los pinos silvestres que crecen por la zona podría parecer suficiente pero, no conformes con esto, Timothy y Anders también analizaron el interior de los troncos de muchos árboles en Prípiat y el Bosque Rojo –un paraje que debe su nombre al color rojizo y amarillento de los pinos que murieron tras absorber grandes dosis de radiación justo después del accidente. Al examinar los anillos de crecimiento de los troncos, se dieron cuenta de que desde 1987 (un año después de la explosión) el crecimiento de los árboles comenzó a disminuir de manera notable y a gran escala.
Este tipo de estudios son los primeros en su tipo pues han ayudado a armar un escenario mucho más completo sobre las consecuencias de los accidentes nucleares. Los investigadores piensan que pueden servir de base para comprender los impactos ambientales que ahora podrían tener lugar en Fukushima, ciudad donde se liberó una cantidad no determinada de partículas radioactivas al ambiente como resultado del maremoto que llegó en 2011 a Japón oriental.
Por muy terrible que haya sido esa mañana del 26 de abril para la ciudad de Prípiat, actualmente se ha convertido en un atractivo turístico de enorme interés. Muchos aventureros viajan, con dosímetro de radiación en mano, hacia el derruido sitio donde las aves no ven y los árboles no crecen.
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[Imagen: la feria abandonada de Prípiat invadida por la naturaleza. Foto tomada de este sitio]
En esta página se encuentran las numerosas investigaciones en las que se inspiró el trabajo sobre esta nota.
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