Los perros también se ponen celosos
/ A los dueños de los perros, tal vez les suene familiar esta situación: abrazas a tu pareja en presencia de tu perro, y éste de inmediato se pone en medio del abrazo o les ladra o trata de separarlos. ¿Será que no le gustan las demostraciones de afecto en público? ¿Será que no aprueba a esa pareja en particular? ¿O será que se está poniendo celoso?
Christine Harris y Caroline Prouvost, investigadoras de la Universidad de California en San Diego, Estados Unidos, tenían la sospecha de que se trata de la última opción. Ellas creen que los perros también se pueden poner celosos y llevaron a cabo un experimento para probarlo. Esto probablemente no sea una idea revolucionaria para los dueños de perros, que frecuentemente encuentran emociones humanas en sus amigos caninos. Sin embargo, no todas las percepciones populares resultan ser ciertas y el hecho de que los perros puedan sentir celos o algo parecido tendría implicaciones importantes en lo que sabemos sobre sus mentes. Según lo que se sabe de emociones humanas desde la psicología y las neurociencias, los celos pueden considerarse una emoción compleja que requiere capacidades mentales complejas, que van desde la percepción de la relación de afecto con una persona y la evaluación de una potencial amenaza a esa relación por una tercera persona, hasta la percepción del “yo”. Por hablar de lo intrincada que puede ser esta emoción, basta recordar que algunas de las obras literarias más sublimes tratan sobre celos.
Las investigadoras creen, en cambio, que puede haber una forma de celos más “primordial”, que no necesita percepciones sociales complejas. Esta idea está sustentada por observaciones recientes que se han hecho en bebés de hasta 6 meses de edad, quienes al observar que sus madres juegan con un muñeco que simula a otro bebé, se comienzan a comportar de forma que llaman la atención de su madre; esto no ocurre cuando las mamás simplemente leen un libro. Harris y Prouvost piensan que, si existe esa forma de celos primordiales, no sería raro encontrarla en otras especies, sobre todo en aquellas que crean grupos sociales. El caso que tenían más a la mano era el de los perros.
Las investigadoras reclutaron a una treintena de dueños de perros de su universidad, sin decirles de qué se trataba el estudio para no predisponerlos. Les pidieron que en su casa hicieran tres actividades mientras sus perros estaban presentes. La primera era acariciar a un perro de peluche grande que ladraba y movía la cola cuando se le apretaba un botón en la cabeza (no era necesario decirle “buen perro, buen perro”) tal y como lo harían si fuera un perro real. En la segunda actividad, los dueños de los perros debían acariciar como si fuera un perro real a un objeto que sus perros hubieran visto antes; las investigadoras eligieron una cubetita de calabaza de Halloween. La tercera actividad consistía en leer un libro para niños con páginas desplegables y música. Los dueños debían ignorar a sus perros en las tres actividades. Las sesiones se grabaron en video y se le pidió a otros voluntarios que registraran las diferentes respuestas de los perros (a estos voluntarios tampoco se les dijo de qué trataba el estudio, para que no se predispusieran a buscar respuestas de celos).
Los resultados fueron lo que las investigadoras sospechaban. Cuando su dueño acariciaba al perro de peluche, más del 80 por ciento de los perros buscaron la atención de su dueño de alguna u otra forma, ya fuera empujándolo o tocándolo o metiéndose entre su dueño y el objeto. Algunos perros incluso se mostraron agresivos con el perro de peluche, a pesar de que sus dueños reconocieron al principio que no eran perros agresivos. Esto no pasó en las otras dos actividades. Menos de la mitad de los perros buscó la atención de su dueño cuando éste estaba distraído con la cubetita de calabaza, y menos de la cuarta parte cuando su dueño leía el libro para niños. Ninguno de los perros se mostró agresivo en estas actividades.
Para Harris y Prouvost, estos comportamientos reflejan una clase de celos primordiales en los perros y esto a su vez muestra que tienen una capacidad cognitiva adecuada para ello. ¿De dónde proviene esa capacidad? Las investigadoras creen que este tipo de comportamientos pudo haberse originado en especies cuyas crías tienen que competir por la atención de sus madres. Esto después derivaría en comportamientos útiles para mantener a una pareja reproductiva estable o para mantener una comunidad unida. Otra opción es que los celos de los perros sean resultado de la larga historia de coevolución que tienen con los humanos. Después de todo, el experimento mostró que en el triángulo amoroso necesario para los celos de los perros hay al menos un individuo de una especie diferente: su dueño. Para las investigadoras, esto es sumamente interesante y debería ser probado en otras especies.
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Aquí el estudio de Harris y Prouvost, publicado hoy en PLoS One (de acceso libre): http://ift.tt/1pH7Kln
[Imagen tomada de knowyourmeme.com, pues es un meme famoso sobre un husky celoso.]
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