El mundo perdido de los dinosaurios enanos [Primera de dos partes]
Transcurría el año de 1912 cuando el mundo supo de la aventura del zóologo inglés Edward Challenger quien, tras haber incursionado en lo más profundo de América del sur, había encontrado una meseta completamente aislada del mundo moderno y con un mundo perdido en su interior.
Es precisamente ése el nombre de la novela de ciencia ficción, «El mundo perdido», con el que Arthur Connan Doyle le contó al mundo cómo el profesor Challenger, en medio del escepticismo inglés y del ridículo causado por sus afirmaciones, había encontrado una isla continental donde habitaban dinosaurios y mamíferos prehistóricos.
De acuerdo con el relato de Challenger, una pendiente pronunciada de riscos basálticos había evitado que los animales escaparan hacia el resto del continente e hipotetizó que, durante el Jurásico, un cataclismo había elevado la meseta de origen volcánico, aislando a los animales que quedaron atrapados en ese terreno.
Sin embargo, en su primer viaje, Challenger fue incapaz de entrar a la meseta. El profesor inglés se encontraba de viaje en América del sur cuando se encontró con una tribu que tenía entre sus mitos las ideas de especies de gran tamaño y ferocidad. Tuvo la suerte de que durante su estancia, un artista estadunidense llegó a la aldea todo maltrecho y al borde de la muerte; el artista había entrado a la meseta y traía consigo bocetos de lo que había visto.
La incredulidad de Challenger comenzó a esfumarse cuando los de la aldea le dieron a entender que el artista venía del lugar lleno de criaturas feroces. Encontró el sitio, lo describió, pero no pudo subir; lo más que pudo hacer fue fotografiar un gran pterosaurio y dispararle. La buena suerte de Challenger, debido a las evidencias de su descubrimiento, se acabó cuando en su regreso a Inglaterra, un accidente naval hizo que sus pertenencias se perdieran en el Atlántico, salvo el libro de bocetos del artista, una foto arruinada y el brazo del pterosaurio. De vuelta en casa, fue el hazmerreír.
Por esa misma época, un paleontólogo húngaro, con un carácter difícil e insensible, un tanto similar al del profesor Challenger, trataba
de ponerle carne a los huesos de dinosaurios en el mundo real donde habitaba el ficticio Challenger: un mundo dedicado solamente a armar y clasificar huesos. Franz Nopcsa fue el primer paleobiólogo, ya que trató de entender más sobre la fisiología y ecología de los dinosaurios sin haber tenido la fortuna de verlos vivos.
La teoría por la que Nopcsa se hizo famoso surgió de sus estudios en la cuenca de Haţeg, pronunciado más o menos Hatseg, hoy en Rumania. Tras estudiar la geología y los hallazgos dentro de la cuenca, Nopcsa encontró que se trataba de los restos de una isla mesozoica. La secuencia geológica de la cuenca daba cuenta de cómo en medio de lo que antes era un arrecife de coral, emergió una isla volcánica durante el periodo Cretácico, que albergó dinosaurios desde el Cenomaniano (hace 93 millones de años) hasta el Maastrichtiano (última edad del Cretácico, que terminó hace 64.5 millones de años).
En cierto modo parecido a lo que el profesor Challenger descubrió en América del sur, pero ¿qué es lo que debió haber encontrado en realidad? Tal vez, de haberse sabido en Europa lo que la hipótesis de Nopcsa proponía, el profesor Challenger hubiera sido tirado como un loco sin remedio alguno al hablar de dinosaurios de tamaño normal dentro de una isla.
Lo peculiar de la isla de Haţeg era su fauna. Mientras que en la isla de Sudamérica Challenger encontraba animales enormes, la isla de Haţeg había albergado dinosaurios enanos. El primer hallazgo de este enanismo lo encontró Nopcsa en 1895 en un saurópodo, grandes dinosaurios cuadrúpedos de largos cuellos, famosos por sus descomunales tamaños. Fuera de la cuenca de Haţeg, los titanosaurios alcanzaban longitudes de hasta 30 metros, pero el saurópodo de la cuenca alcanzaba cuando más 6 metros de largo en su estado adulto. En 1915 publicó la descripción de este saurópodo al que denominó Titanosaurus daucus, especie que se encontraba fuera y dentro de la cuenca.
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Imagen que muestra el encuentro con el Stegosaurus, escaneado de la página 59 del libro de Arthur Connan Doyle, The Lost World, edición de 1912.
Omar Rafael Regalado es biólogo egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Actualmente es profesor de Biotecnología en un Centro de Bachillerato Tecnológico, tutor de ciencias en línea para el servicio de Tutor.com y articulista colaborador en la sección de Ciencias de la Revista de Divulgación Cultural Mito. Se ha interesado mucho por la paleobiología y los estudios de evolución, áreas en las que realizó su tesis de licenciatura, y siente una gran atracción y pasión por la divulgación de la ciencia. Esta es la primera vez que colabora con Historias Cienciacionales.
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