El mundo marino insípido
Los resfriados traicioneros vienen acompañados de un mundo sin sabores. El caldo de pollo sabe igual al té de manzanilla con miel: a nada. Poder detectar los sabores en los alimentos es un privilegio. Los mamíferos tenemos la capacidad de detectarlos y utilizar esta posibilidad como medida de protección en caso de que el alimento sea tóxico. Esto es diferente para los cetáceos, quienes son incapaces de saborear la comida.
Ballenas, delfines y marsopas tienen un ancestro común que presentó mutaciones en su material genético que eliminó la capacidad de detectar cuatro de los cinco sabores básicos: dulce, umami, salado y amargo. Los genes encargados de codificar para los receptores de sabores siguen ahí, en el DNA de los cetáceos, pero están dañados por dichas modificaciones.
Los sabores salados son los únicos que pueden detectar. Es probable que esto se deba a que los receptores salados les permiten realizar otras funciones vitales además de saborear, como puede ser mantener niveles óptimos de sodio o de la presión sanguínea.
Una pregunta que surge es cómo es que estos animales perdieron cuatro de cinco de los sabores primarios. Y es que resulta interesante que hayan perdido la capacidad de saborear el amargo de la comida, ya que las toxinas naturales tienen este sabor.
Cabe destacar que la acción de masticar es la responsable de la liberación de los sabores. Los cetáceos tragan su comida en vez de masticarla. Así que si no masticas tu comida y sólo te la tragas, el sabor se vuelve irrelevante. He ahí un tip para los que en este instante tienen ese resfriado traicionero.
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Fuentes:
Artículo de la investigación que secuenció el genoma de cetáceos y permitió llegar a las conclusiones aquí mencionadas.
Imagen tomada de este sitio.
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