Científicos mexicanos crecen vaginas en el laboratorio y las implantan con éxito en humanos
/ Existen, por desgracia, muchas causas por las que alguien podría requerir una reconstrucción vaginal: un trauma fisiológico, cáncer o, en el caso de cuatro pacientes del Hospital Infantil de México, malformaciones congénitas. El trastorno específico que padecen se llama agencia mulleriana, e impide el desarrollo de la vagina, e incluso a veces del útero. ¿Las consecuencias? Estas mujeres no pueden tener relaciones sexuales ni embarazarse.
Hay diferentes métodos para hacer una reconstrucción vaginal, empezando con una o varias cirugías para construir un canal y cubrirlo con diferentes injertos, comúnmente con piel de la propia paciente. También se ha usado tejido amniótico, intestinal, bucal y celulosa. Estas técnicas suelen traer varias complicaciones –desde la necesidad de varias cirugías anuales hasta problemas higiénicos del nuevo conducto–, y la causa es simple: no se está reconstruyendo una verdadera vagina. Sólo una aproximación quirúrgica. Y no una muy buena, que digamos.
A Atlántida Raya Rivera y a sus colegas del Hospital Infantil de México les quedaba claro que para las vaginas no hay sustitutos: debían reconstruirla con sus propias piezas y estructura. La vagina está formada por tres tipos de tejidos: el muscular, el de la vulva y el epitelial, y eran estos mismos los que Atlántida necesitaba para comenzar su audaz investigación. Para conseguirlos, tomó una muestra de cada una de las pacientes con agencia mulleriana –en promedio, de 16 años– y les realizó diversos análisis de imagenología con el fin de conocer la forma exacta de su vagina y poder hacer una reconstrucción personalizada, a la talla y medida adecuadas.
Utilizando un material biodegradable como andamio, una minuciosa Atlántida empezó a crecer las células de cada una de las pacientes, capa por capa, durante siete días. Cuidar con extremo detalle las condiciones ambientales y el medio de crecimiento, así como evitar a toda costa cualquier tipo de contaminación, resultaba imprescindible para su éxito.
Tan sólo seis semanas después de haber donado muestras de tejido, las pacientes regresaron para que se les implantara su nueva vagina, fabricada a partir de sus propias células. Tras una estancia de siete días en el hospital, ninguna de ellas presentó complicaciones. Un análisis realizado medio año después de la operación demostró que la barrera entre el tejido propio de las pacientes y el implantado era casi indistinguible: las venas y nervios habían encontrado su camino dentro del nuevo tejido, reclamándolo como propio. El éxito fue innegable y sorprendente.
Años después, la vagina de cada una de las pacientes funciona perfectamente: las cuatro se han vuelto sexualmente activas y tienen el mismo deseo sexual, excitación, lubricación, orgasmo, satisfacción y sexo sin dolor que cualquier otra mujer. Incluso dos de ellas, que sí habían logrado conservar el resto de su aparato reproductor, pueden ahora pensar en la posibilidad de embarazarse.
Todo esto es resultado de una línea de investigación que se lleva trabajando en el Hospital Infantil desde 1990 con diferentes órganos, como uretras y vejigas. En estos casos, la mejor manera de reconstruir al cuerpo humano es con sus propios ladrillos. Basta esperar un poco para que más técnicas innovadoras como la de Atlántida Raya Rivera le cambien la vida a muchas otras personas.
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Esta es la segunda colaboración de Agustín B. Ávila Casanueva con Historias Cienciacionales. Egresado de la carrera de Ciencias Genómicas, piensa que la divulgación de la ciencia puede llenar espacios culturales, de comunicación, científicos y lúdicos. Agustín pasea a sus perros por las mañanas, lee novelas negras y le hace al basquetbol. Ha colaborado también con La Ruta del Bichólogo y con Cienciorama.
Nota fuente de la BBC.
Artículo original publicado en The Lancet al inicio de este mes.
[Fotografía donde se muestra cómo se armó el andamio de una de las vaginas. La tela blanca es en realidad un material biodegradable sobre el cual pueden crecer las células. Crédito: Instituto Wake Forest]
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