Un pueblo que ha cazado y pescado durante 7,700 años
En la esquina suroriental de Rusia,
cerca de la frontera con China y Corea, hay una cueva que se llama la
Puerta del Diablo. Hace más de 40 años, los soviéticos encontraron
ahí restos arqueológicos que parecían muy viejos: herramientas de
piedra y hueso, madera carbonizada de lo que parecía haber sido una
construcción, hebras de hojas de pasto trenzadas, y restos de huesos
de cinco seres humanos. La cueva probó ser un lugar interesante para
la arqueología: esas hojas de pasto trenzadas resultaron ser el
ejemplo más antiguo de tecnología textil en la Asia oriental. Sin
embargo, los restos humanos también fueron causa de asombro, no
tanto por su origen en el pasado remoto, sino por su conexión con el
presente.
A inicios de este mes, un equipo de
científicos ingleses, irlandeses, rusos, coreanos y alemanes,
liderados por Veronika Siska, de la Universidad de Cambrigde, en
Reino Unido, extrajeron el ADN de esos restos de huesos, que en su
mayoría son dientes, y lo secuenciaron. Se concentraron en estudiar
los restos de dos personas. Analizando la secuencia, y comparándola
con la gran cantidad de información genética humana con que
contamos hoy día, el equipo pudo enterarse de muchas cosas sobre
aquellos humanos. Para empezar, eran mujeres. Una de ellas tenía
alrededor de veinte años, la otra alrededor de 50. Probablemente
tenían el cabello lacio y ojos café. Y como muchos de los asiáticos
modernos, no toleraban los productos lácteos. Sin embargo, aquellas
dos mujeres que encontraron el final de sus días en esa cueva nos
dicen mucho sobre la historia de los humanos de esa zona, una
historia que se cuenta no en años sino en milenios.
Cuando Siska y su equipo compararon los
genomas recobrados de los restos de aquellas mujeres con los genomas
de personas de todo el mundo, encontraron algo fascinante. Aquellas
dos mujeres tenían una continuidad genética muy fuerte con un grupo
indígena en particular. Tan fuerte, que no sólo se podrían
considerar sus ancestros, sino más aún: “parecen ser casi de la
misma población, desde un punto de vista genético, aunque haya
miles de años entre ellos”, dice Andrea Manica, una de las autoras
principales del estudio, para el comunicado de prensa de su
universidad.
El pueblo que resulta ser genéticamente
más parecido a esas dos mujeres son los ulchi, una de las
poblaciones indígenas de Rusia. Pero lo interesante es que entre la
cueva llamada Puerta del Diablo, donde aquellas mujeres encontraron
reposo, y el lugar donde habitan los ulchi hay menos de 1,000
kilómetros. Es decir, los familiares de aquellas mujeres parecen
haberse quedado permanentemente en la zona, ya sea como parte del
pueblo ulchi, de alguno de los pueblos que hablan las lenguas
tunguses, habladas en el este de Siberia y Manchuria, o del pueblo
que dio origen a todos ellos.
Los ulchi y sus pueblos vecinos son
conocidos por haber mantenido sus tradiciones durante cientos de
años. Los dientes analizados por el equipo de Siska y Manica tienen
alrededor de 7,700 años de antigüedad. ¿Cuántos de esos años
fueron de historia ulchi? Hasta mediados del siglo XIX, cuando los
contactaron los rusos, los ulchi se mantuvieron sin mucho contacto
con el mundo de afuera. Vivían, y todavía lo hacen en gran parte,
de la pesca del salmón y la caza de animales de la taiga. Crían
perros para caza y para jalar trineos. Sus asentamientos consisten en
unas cuantas casas cerca del río Amur, la fuente de sus sustento. En
una sola casa pueden vivir varias familias, que frecuentemente se
vuelven una sola cuando sus hijos se casan. En el duro invierno de
esa zona, azotado por nevadas y el congelamiento del río, los
hombres acostumbran salir a cazar a los bosques nevados, mientras que
las mujeres y los niños procuran mantener calientes las casas. Su
espiritualidad está fuertemente ligada a ritos chamánicos, y
festejan cada año el Festival del Oso. No es de extrañar que los
estudios de etnología, como el del ruso A. V. Smolyak, hablan de
tradiciones muy viejas, íntimamente ligadas con el tipo de clima que
ocurre en esa zona de la cuenca del río Amur.
Hace 7,700 años, los habitantes de
Asia oriental no habían desarrollado aún la agricultura. No es muy
claro si ese avance tecnológico llegó a Japón y a Corea desde
China, pero los restos en la cueva de la Puerta del diablo nos
sugieren que es probable que la agricultura nunca haya pasado por las
tierras de los ulchi. Actualmente, los ulchi han adoptado algunas
prácticas agrícolas, por la presión comercial nacional, pero sus
tradiciones siguen basadas en la caza y la recolección, la única
relación que podían tener con el entorno hostil de los confines
siberianos. Los restos textiles encontrados junto con los restos de
las dos mujeres no provienen de plantas cultivadas, sino de especies
de pastos silvestres. Es muy probable que ni ellas ni sus
descendientes sembraran la tierra durante 7,700 años. En cambio, se
antoja decir que durante miles de años los habitantes de esa zona
pescaron salmón en cada primavera y lo salaron y secaron para cada
invierno. Que durante miles de años, mientras en otras zonas del
mundo se cortaba la vegetación para crear cultivos, ellos salieron a
cazar alces y venados y osos al bosque, y lo consideraron un regalo
de los dioses. Que durante miles de años, mientras en el mundo se
erigían ciudades y pirámides e iglesias, que luego eran destruidas
por las guerras, ellos vivieron en pequeñas casas familiares a la
orilla del río, acompañados por sus perros, cantando en la noche,
contándole a los niños cuentos antiguos. Que durante miles de años,
mientras en el mundo desaparecían dioses antiguos y se creaban
dioses nuevos, ellos se entregaron a una tradición chamánica, con
danzas, tambores, cantos, que los unía con el bosque, el río y sus
animales y plantas. Que durante miles de años, mientras el resto del
mundo aprendió a dejar huella de sus palabras en piedras, papiros,
arcilla o papeles, ellos se contaron de viva voz y mirándose a los
ojos los relatos de su historia, de padres a hijos, de madres a
hijas. Que por miles de años, mientras el resto del mundo se
exploró, se conoció a sí mismo, se peleó y se dominó a sí
mismo, ellos nunca salieron de la cuenca sur del río Amur. Que
mientras hay países enteros que tienen menos de veinte años, ellos
han sido, al menos genéticamente, un mismo pueblo durante miles de
años.
El estudio de Siska y sus colegas,
publicado en la revista Science Advances, aporta
conocimiento sobre la historia de los grupos humanos del oriente
asiático, así como del desarrollo de la agricultura de la región.
Los autores hablan de una “continuidad genética” entre los
restos humanos de la cueva y los ulchi, pero no especulan, como lo
hemos hecho aquí sobre una continuidad cultural, porque sería muy
difícil de probar. Con todo, lo que este estudio sí nos permite
hacer es reconsiderar que así como hay herencias genéticas que se
remontan a eones antiguos, probablemente haya herencias culturales
que también se remonten a eras muy antiguas. Los ulchi llevan en su
ADN un linaje que no ha cambiado mucho en 7,700 años. ¿Cuánto
habrán cambiado los cuentos que se cuentan en las noches?
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Fotografía tomada
de este sitio (en ruso), en el que se muestra a un grupo de personas
Ulchi en el río Amur, y que data de la década de 1890:
http://ift.tt/2kSgQku
Aquí el estudio de
Siska y sus colegas, de libre acceso, en inglés:
http://ift.tt/2jW1v0Y
Aquí el comunicado
de prensa de la Universidad de Cambridge sobre el estudio:
http://ift.tt/2kixXeQ
Aquí la página de
Wikipedia en inglés y en español sobre los ulchi:
http://ift.tt/2kTKVDc
Aquí el estudio de
Smolyak sobre la relación con la naturaleza de los pueblos tunguses:
http://ift.tt/2kCrrBr
Aquí un recuento de
tradiciones chamánicas ulchi:
http://ift.tt/2kSfjep
Aquí el estudio en
el que se estudian los restos textiles de la cueva:
http://ift.tt/2kCCMl9
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