Mi diente por una identidad
/ En 1992 el gobierno mexicano declaró que nuestra razacósmica, resultado de la combinación entre indígenas y europeos, había estado
incompleta y que nuestra tercera raíz viene de África. Los africanos de la
costa chica de Guerrero y Oaxaca y algunos pueblos de Veracruz se habían mezclado
con la mayoría de la población del país hasta dejar su huella en nuestro ADN. Por
fin en 2009 el Instituto Nacional de Medicina Genómica anunció que el genoma
del mexicano promedio está compuesto por las tres culturas que nos dieron
origen: la indígena (50%), la europea (40%) y la africana (10%).
Durante la Colonia, más de 12 millones de esclavos fueron
traídos a toda América, la mayoría de ellos sin identidad registrada y sin
registro de su procedencia. Hasta ahora ignoramos quiénes fueron estas personas
y qué tan diversas eran. Lo único claro era que venían de África, ese
continente quince veces más grande que México y tan diverso que el
evolucionista Richard Lewontin, después de estudiar la diversidad genética
humana, dijo: “Si toda la humanidad se extinguiera a excepción de los Kikuyo de
África del Este, el 90% de toda la variabilidad humana seguiría estando
presente”.
Ahora, el misterioso origen de tres esclavos que murieron
hace 300 años en la isla caribeña de San Martín, al este de Puerto Rico, acaba
de definirse gracias al ADN encontrado en sus dientes. Esto se dice fácil, pero
si eres una molécula encerrada dentro de un diente, el paso del tiempo es un enemigo
poderoso.
El grupo de investigación que realizó este descubrimiento,
conformado por miembros de la Universidad de Copenhague en Dinamarca y la Universidad
de Stanford en California, sabía que tenía todo un reto frente a sí. El grupo
danés estaba acostumbrado a trabajar con ADN antiguo obtenido de muestras que
llevan cientos de años congeladas cerca de los círculos polares. Pero el calor
y la humedad del Caribe degradaron tanto el material genético de los esclavos
que sus restos se encontraban ya demasiado descompuestos incluso para estos
expertos. Por eso el grupo, coordinado por María Ávila Árcos, egresada de la
carrera de Ciencias Genómicas de la UNAM, y Hannes Schroeder, necesitaban
separar el ADN de estos esclavos del resto del ADN que se pudo haber mezclado a
través del tiempo, como el de bacterias, virus y otros animales.
La técnica de captura del genoma completo, desarrollada en
el laboratorio del doctor Carlos Bustamante, en Stanford, expone cualquier fragmento
de ADN a un grupo de moléculas de ARN –otro tipo de material genético capaz de
interactuar con el ADN– con secuencias específicas de humano. Si el ADN de la
muestra es en verdad humano, éste se pegará al ARN y quedará aislado, lo cual permitirá
concentrarlo y trabajar con él de manera mucho más eficiente. En resumen, esta
técnica es un imán que atrae el ADN de interés. Y es la primera vez que se
logra obtener información de muestras degradadas con esta metodología. “Esto no
era considerado posible hace un par de años”, comenta para Historias
Cienciacionales Marcela Sandoval, coautora del artículo y también egresada de
la UNAM.
Una vez que obtuvieron suficiente ADN de buena calidad,
analizaron la variación encontrada para cada uno de los esclavos. Los minúsculos
cambios del ADN son importantes si los miramos con suficiente cuidado, pues cada uno cuenta
una historia. Hay cambios, o combinaciones de ellos, que sólo yo poseo,
mientras que hay secuencias que son idénticas en cada uno de nosotros. Lo que
estos investigadores necesitaban era algo intermedio, cambios que fueran específicos
para ciertas poblaciones, combinaciones que sólo se encuentran
dentro de los miembros de algunos grupos humanos. María Ávila, Hannes Schroeder
y su equipo los encontraron mediante
una herramienta estadística.
Este análisis, junto con una base de datos sobre las
combinaciones de cambios en el ADN de diferentes poblaciones africanas, les dio
al equipo una brújula que apuntaba hacia los orígenes de cada esclavo. Dos de
estos hombres guardaban una huella en su ADN parecida a la que tienen las
poblaciones ahora presentes en Nigeria y Ghana, mientras que el otro esclavo
probablemente pertenecía a los grupos bantú del norte de Camerún. “El registro histórico (de los esclavos) es escaso en muchos de los
casos y, cuando existe, principalmente habla del centro y oeste de África como
los principales puntos de extracción y desembarque. Sin embargo, yo creo que la
trata tuvo un alcance mucho mayor y los esclavos provinieron de varios y
diferentes sitios”, dice Marcela Sandoval. “Eso es lo que estoy tratando de
encontrar”.
María Ávila comenta para la Universidad de Stanford que
ellos fueron capaces de determinar que los tres esclavos tenían distintas
afinidades genéticas hacia diferentes grupos en África, a pesar de haber sido encontrados
en el mismo lugar o de haber llegado en el mismo barco. “Pudieron haber hablado
diferentes lenguajes, haciendo la comunicación difícil. Esto nos hace
reflexionar sobre dos cosas: la dinámica hacia adentro de África en la trata de
esclavos transatlántica y cómo esta dramática mezcla de etnias pudo haber
influenciado a las comunidades y sus identidades en América”.
El esfuerzo de estos investigadores ha ayudado a construir
una red multidisciplinaria para entender el fenómeno de los miles de esclavos
africanos que llegaron a América y ayudaron a forjar no sólo nuestra cultura,
sino también nuestra genética.
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Agustín Ávila Casanueva es colaborador frecuente de Historias Cienciacionales. También ha publicado su trabajo en otros medios digitales como La Ruta del Bichólogo, Cienciorama, Límulus o Cuadrivio. Pueden encontrar sus artículos y otras notas en su blog personal, Tenga para que se Entretenga.
La investigación en la que se basó esta nota fue publicada hoy mismo, 9 de marzo, en la revista PNAS.
[Fotografía de Omar Victor Diop, proyecto ONOMOllywood].
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