Sangre, esperma y olores: nada le sobra a esta historia de mosquitos

Sangre, esperma y olores: nada le sobra a esta historia de mosquitos

/ Una pesadilla recurrente que casi nadie tiene es que te persiga hasta el cansancio una nube de mosquitos. Nadie la tiene porque la realidad de tener a un solo mosquito rondando por los reinos de tu almohada es peor que el peor de los sueños. Pero supongamos por un momento que tienes pesadillas de persecución en las que una nube de mosquitos te persigue para picarte. Y supongamos por otro momento que tu sueño se pone aún más surrealista y lo que te persigue no es una nube de mosquitos sino una nube de espermatozoides de mosquitos que te acecha para algo que preferiríamos no contar, pero que probablemente dará como resultado una película ochentera con Jeff Goldblum como protagonista. Por pesadillesco que suene, tal parece que los mosquitos y sus espermatozoides son capaces de las mismas acciones de búsqueda y persecución que han poblado tus sueños por algunos momentos y te lo han robado en otros.

Esta coincidencia surrealista fue descubierta por Laurence Zwiebel y sus colegas en la Universidad Vandeerbilt, de Nashville, Estados Unidos. Ellos encontraron que en los espermatozoides de los machos de mosquito están presentes los mismos receptores olfativos que los encontrados en las antenas de las hembras. Estos receptores, llamados OR por las siglas de “odorant receptors”, receptores odorantes, son moléculas que se encuentran en la membrana de unas células especializadas, reconocen un compuesto químico en particular y envian señales al interior de la célula para que ésta tome las medidas necesarias, como expresar algunos genes por acá o modificar algunas proteínas por allá. Las hembras de mosquito usan los receptores odorantes, junto con otras moléculas, para detectar tu cuerpo que duerme plácidamente en la cama y que no sospecha que una hembra de mosquito está a punto de extraerte la sangre necesaria para que ella produzca óvulos y así los espermatozoides del macho de mosquito con el que acaba de copular tengan algo que fertilizar. Hay sangre y esperma en estas historias, pero no por eso es cruda; es un día normal para los mosquitos adultos.

Zwiebel y su equipo llegaron a este descubrimiento siguiendo pistas que al principio parecían confusas. Parte de su investigación consiste en estudiar el sistema olfatorio del mosquito Anopheles gambiae, un importante acarreador de enfermedades. En un estudio de hace años, los investigadores encontraron que los receptores odorantes que las hembras de esta especie tienen en las antenas se encontraban también en el cuerpo de los machos. Refinando la búsqueda, pudieron localizar la región exacta: el esperma en los testículos. ¿Qué estaban haciendo esos receptores ahí, si el mosquito macho no busca presas que picar y, si lo hiciera, probablemente no sería con los testículos?

Esa pregunta rondaba el laboratorio de Zweibel, hasta que algunos de sus colegas levantaron la mano cuando les dijeron “que levante la mano el que quiera estudiar esperma de mosquitos” (porque, honestamente, ¿quién no querría?) y pusieron manos y microscopios a la obra para tratar de averiguar si los espermatozoides realmente usan los receptores odorantes que tienen en el cuerpo o sólo están ahí ocupando espacio en la mebrana celular. Para ello, tres miembros del laboratorio, Jason Pitts, Chao Liu y Xiaofan Zhou, idearon un experimento en el que ponían a los espermatozoides de Anopheles gambiae en la misma mezcla que un compuesto químico conocido por activar los receptores de las hembras. Lo que observaron al microscopio es que los espermatozoides comenzaban a agitar la cola al reconocer el compuesto, lo cual no era seña de que estuvieran contentos, sino una forma común de desplazarse. En cambio, cuando los investigadores añadían a la mezcla un compuesto que bloquea la actividad de los receptores, los espermatozoides no reaccionaban, ni con señas de felicidad ni de desplazamiento. Estos resultados por sí solos les decían a los investigadores que los espermatozoides usan los receptores odorantes para percibir su entorno químico y reaccionar en consecuencia; sin embargo, sólo para estar seguros, también usaron espermatozoides de cierta variante mutante de Anopheles a la que no le funcionan bien los receptores. Como era de esperarse, esos espermatozoides no se inmutaron ante los compuestos activadores.

Quienes sí se inmutaron con esos resultados, y probablemente dieron señas de alegría, fueron los tres investigadores y otros que trabajaron con ellos, pues con eso tenían evidencia de que “los espermatozoides de mosquito tienen sentido del olfato”, una frase que todo científico quiere decirle a la oficina de comunicación y difusión de su universidad.

Pero el descubrimiento del grupo de Zweibel va más allá, principalmente por dos razones. La primera es que el hecho de que los receptores odorantes de los espermatozoides involucrados en ese “olfato” sean los mismos que usan las hembras es seña de que esa especie está reutilizando de manera ingeniosa lo que la evolución le ha dado. Y en cuanto entra la palabra “evolución”, se comienzan a colar otras especies. Los investigadores razonaron que los receptores odorantes deben formar parte de un sistema celular sensorial importante para la reproducción de los mosquitos y, muy probablemente, para otros insectos también. Ilusionados con esta idea, Zweibel y su equipo buscaron receptores odorantes en los testículos de otras especies de insecto (“que levante la mano el que quiera estudiar esperma de más insectos”). Hasta ahora, los han encontrado en tres especies: en otra de mosquito, en la mosca de la fruta y en una avispa.

La segunda razón que le da importancia a su trabajo es que es un potencial medio para encontrar formas más eficientes de controlar a los mosquitos como peste y con ello evitar la propagación de las enfermedades que éstos cargan. Los científicos razonan que si sabes cómo intervenir en la reproducción de una especie, sabes cómo controlar sus numeros. Tal vez se puedan usar los compuestos químicos adecuados para causar que los espermatozoides de los mosquitos ya no puedan dirigirse hacia donde deben o que no se muevan en absoluto. En otras palabras, concluyen los investigadores, una forma de controlar a los machos de mosquito es a través de sus testículos… algo que probablemente las hembras de mosquito ya sabían.

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En la imagen, una microfotografía de los espermatozoides del mosquito Aedes aegypti, aumentada 50 veces. Tomada del sitio de noticias de la Universidad Vanderbilt, en el que también nos informan, por razones que se nos escapan, que estas células espermáticas son más grandes que las de los humanos. Quizá para bajar los humos de algunos egos.

Aquí encuentras el artículo original, publicado en diciembre del año pasado en la revista Proceedings of the Natural Academy of Science: http://ift.tt/1jgjsUN

Aquí la nota fuente, del sitio de noticias de la Universidad Vanderbilt: http://ift.tt/1jgjtI6

via Tumblr http://ift.tt/1jgj74e

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